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Joaquinillo

Acorralado. Y no me refiero a la película, aunque la situación se me antoje similar. Solo, perdido y encerrado. Si al menos él estuviera aquí…   ¿Que cómo le conocí? Cuando terminé el colegio me costó elegir el siguiente paso. No había sido un alumno destacado en mi etapa de EGB, más bien vulgar tirando a malillo. Vamos, de esos que fumaban antes de tiempo y aprovechaban la mínima oportunidad para escaparse por la ventana de clase, siempre que estuviese en el piso bajo, claro está. Así que no me atraía mucho la idea de ir a la Universidad. La única carrera que me apetecía cursar era la de la vida, y si podía ser ociosa mejor. Un domingo, después de misa, me decanté finalmente por estudiar el módulo de cerrajero, tras la velada amenaza del cura de la parroquia, que ese día gritaba vehemente en su discurso que San Pedro cerraría a los pecadores las puertas del cielo. Yo comenzaba a desconfiar de Dios, pero prefería prevenir futuras adversidades. Esa decisión desencadenaría el consi

Al otro lado del escenario

Suenan atronadores los aplausos al final de la actuación y no puedo evitar acordarme de aquellos otros, más moderados, en mi primera interpretación ante mis compañeros de clase. Andaban impacientes a principio de curso nuestras palmas de las manos, aún reminiscentes de las carantoñas de “ Doña Tecla ”, aquella estirada y pizpireta regla que manejaba con brío Don Tomás para encauzar la conducta y educación de sus alumnos de EGB. Pero por sorpresa, el director del colegio nos contó que la pintoresca pareja se había jubilado y manos, orejas e incluso traseros respiraron aliviados. A su lado, tu rostro se mostraba sonriente en espera de ser presentado. No tardaste en encandilarnos con tu gracejo y desparpajo gaditano, tan disonante del crudo clima castellano. En poco tiempo conseguiste que volara nuestra imaginación, que coronáramos cerros que se nos antojaban cimas en improvisadas excursiones en las clases de Naturaleza. O leyendo un libro de aventuras tumbados en la hierba del parque

Storie de Navidad

Se escapará furtivamente en cuanto se duerman sus padres. Le han prohibido salir esta noche, reprochándole su egoísmo y se ha encerrado en su habitación dando un portazo. Odia las reglas, fruto del fervor de su adolescencia y cualquier tipo de reconvención impuesta a su libertad, como ese ridículo toque de queda por culpa del cacareado virus, del que todo el mundo habla y que nadie de su entorno conoce más que de oídas. Hasta han seguido el ridículo protocolo de cenar con mascarillas y ventanas abiertas, para evitar un posible contagio de sus abuelos. Pronto dejará de rendir cuentas a sus progenitores, en cuanto cumpla los dieciocho. Se descolgará por la ventana de su cuarto como ha hecho alguna que otra vez. Ya se las arreglará a la vuelta, contando con la connivencia de su hermano pequeño, al que tiene amedrentado y que le cubre en sus escapadas nocturnas. Mientras tanto, lee con desgana el libro del que su apergaminado profesor de Literatura les ha mandado hacer un trabajo duran

La finca de mis abuelos

Odié mi pueblo con todas mis fuerzas.   La fotografía de la finca de mis abuelos, guardada en el desván de mi memoria, se ve velada y desfigurada en el mismo momento que advierto sus paredes blancas descascarilladas, huérfanas de la cal que cada verano aplicábamos concienzudamente después de removerla con un palo en un bidón de gasolina. Puertas desmaquilladas, corroído su metálico cutis por el óxido en su declive, me franquean el paso.   En la penumbra se advierten cántaras de leche abolladas, relegadas en una pila reseca y agrietada. Se intuyen sacos de pienso apilados en el molino, que ya nunca más servirán de alimento al ganado, relegados a ser cobijo de ratas y sustento de sus camadas. Roedores que se han adueñado de los establos, campando a sus anchas.   Lejanos quedan los recuerdos de unos críos, señalados con postillas de caídas y peleas, correteando por los pasillos de las cuadras de ordeño, recriminados a oídos sordos por mi abuelo. Cierro los ojos y aún puedo esc

Güelita

Dieciocho escalones entre cada piso. Cuatro pisos. Más los seis del portal. Los mismos setenta y ocho escalones que asfixian a Fermín intentando subirlos al mismo ritmo que impone su madre. “¿Cómo es posible que suba tan ligera esta mujer, si tiene más de cien años?”. Cien y uno de regalo, para ser más precisos. -        ¡Vamos, huevón, que no tenemos todo el día y al final llegaremos tarde! Superioridad masculina dicen… Si no fuera por su aferrado respeto filial y porque apenas puede respirar la recriminaría: “¿no ves que voy cargado con este absurdo traje regional que pesa casi quince kilos? Aunque seguramente ella contestaría: “más pesabas tú cuando te subía y bajaba todos los días a pulso, para llevarte al colegio con medio cuerpo escayolado, ¿o es que de eso ya no te acuerdas?”. Mejor callar, concentrarse en llenar de aire los pulmones y seguir ascendiendo. Se detiene brevemente en el descansillo del tercero a otear el horizonte. Nubes sedosas de algodón de azúcar env

Rimas trasnochadas

Siento el deseo imperioso de permanecer esta noche en vela ávidos los sentidos  desvelada el alma y volver a componer de madrugada insomne marañas de versos arrancados de dentro sin mirar el reloj ajeno al reproche de sentir que se hace tarde al limite prefabricado de acostarse.  Abandonarme a la inspiración de la noche que acurrucaba mis ansias de escribirte  quisiera desterrar despertadores que coartan nuestras mutuas trasnochadas sentir como la lluvia martillea mis inquietudes  como arrecia el viento húmedo contra la persiana declinar por un día obligaciones de primera hora y esperar al alba abrazado al último verso nocturno a la primera rima de la mañana.

Onírico reencuentro

Las calles pubescentes se exhiben desiertas impúdicamente desnudas bajo un cielo de luna discreta noche velada de párpados clausurados Un viento gélido que arrecia tu recuerdo recorre mi piel asfaltada onírico escalofrío de enfermizo insomne Encuentros quiméricos en la quietud de un lago somnoliento que refleja celeste tu mirada tan nítida que enarbola arrinconados sentimientos Arden perversos los candiles del desvelo y allá fuera no existes rostros sin nombre desfilan ceremoniosos ojos extraños que atónitos me examinan que no me conocen a los que no reconozco Se manifiestan abarrotando de tedio las lumínicas arterias principales de mi añorada morada eclipsando tu ansiada presencia y me rindo al desencuentro rabietas infantiles de malogrado escondite Regreso abatido al destierro a la pegajosa humedad de regusto salado al traje encorsetado que asfixia la inspiración al juez que me condenó a mudarte en sueño.