retales del pasado (I)

Sí, he de reconocer que soy un aprovechado, y egoístamente voy a servirme del resquicio que me ofrece MR. Blog para sacar a la luz todas esas composiciones que tenía olvidadas entre carpetas desahuciadas, manuscritos de puño y letra, o pasadas por los minúsculos y taladrantes brazos de Doña Olivetti, en CD´s apilados sin sentido o en discos duros marchitos. Composiciones que nunca pude o no quise publicar y que, ajeno al valor literario que puedan tener, con el permiso de ustedes cuelgo en mi página personal. Ahí va la primera...


Siete meses ya. Sólo palabras encerradas en sobres mensuales, sólo risas ahogadas por hilos telefónicos. Mensajes en botellas de papel arrojadas a mares de aire y tiempo. Hipocresía sellada, todo por amistad. Nunca se atrevió a confesarla su amor. No más mentiras de tinta azul…

Suena el despertador, ocho de la mañana, aunque ya lleva media hora despierto. Hoy no tiene clase en la Facultad. Aún le inquietan los pensamientos somnolientos. Entre sueños ha decidido escribirla y contarla lo que siente. Una carta de amor. Resulta fácil pronunciarlo, pero … ¿y redactarlo? Se levanta y esconde sus sueños debajo de la almohada. Hasta la noche. La ducha despierta neuronas aún dormidas, el desayuno alimenta su hambre matutino de ideas. En el espejo rescata su recuerdo, un espejo empañado por su ausencia.

Sentado ante el abismo blanco. ¿Cómo empezar? ¿Cómo sorprender con corazones rotos? La trémula mano izquierda profana el folio inmaculado. Dos líneas después sus manos, ahora firmes, estrangulan el primer error. Que pase el siguiente. Los mismos síntomas que el anterior: el síndrome del vacío. El tratamiento no surte efecto y al quinto párrafo fallece el segundo borrador.

Dos y media de la tarde. Diecisiete muertos y ningún superviviente. El suelo improvisado cementerio, sin cruces, sin lápidas ni panteones, sin nadie que les llore, sin flores secas el Día de Todos los Santos.

- Niño, a comer.- la voz materna interrumpe el sepelio.

En la mesa ojos opacos, oídos sordos. Ausente al rito familiar de la comida, a sus diálogos, sus críticas, sus risas y sus reproches. Las imágenes televisivas se entremezclan, las palabras se confunden, sus sentimientos se confunden, sus ideas se… Confusión. Extraño ante su familia y para su familia. Observado por miradas interrogantes, demandando explicaciones que ni quiere ni puede dar. Se levanta esquivando la metralla de preguntas, huidizo, aturdido abandona el campo de batalla.

Comió bien, tal ver por inercia, aunque no logró saciar su vacío interior, su ansia de inspiración, las expresiones perdidas, las letras caídas de cada rama de cada carta. La soledad se resiste a componer versos de amor, sensaciones emotivas que plasmar en un papel. La soledad es egoísta. La soledad oculta su imagen tras oscuras tempestades. La soledad le envidia. La soledad no olvida momentos a solas, sin él. La soledad es rencorosa.

Transcurren las horas, cae el día tras cada folio desperdiciado. Las sombras invaden cada resquicio de luz, la noche reclama su protagonismo de dama nocturna. Enciende su luna artificial, eléctrica.

Cinco de la mañana. Sus ojos derraman lágrimas de insomnio e impotencia sobre el enésimo folio en blanco. Salados sentimientos, cartas de amor empapadas de dolor. Abatido, se derrumba sobre su obra incompleta, ni siquiera comenzada. De cada lágrima brotaron todas las palabras de su última carta: “¿Sabes? Hace un mes conocí a un chico… creo estar enamorada… sólo falta que tú también encuentres tu media naranja, si es que no lo has hecho ya… ¿me lo contarás, verdad? Escríbeme pronto, besos”.

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