MI ABUELO MIGUEL

Hacía tiempo que no sabía de él. Este destierro me había distanciado de su figura. Y lo ví en un bar, distinto, la televisión en silencio lo retrataba, aquel rostro no es el que yo recordaba. Y sentí un escalofrío al verle tan mayor. Busqué evadirme de mi entorno, de la gente que me rodeaba y charlaba afablemente conmigo. Entonces se me antojaron extraños, se hacía urgente saber qué diablos pasaba. Observé a través de mi mirada huidiza la entrega de alguna distinción o premio. Temí lo peor. Esos halagos a determinadas edades causan pavor.

Y corrí raudo a averiguar qué es lo que ocurría exactamente. Busqué en Internet, en el periódico de mi tierra y al fin descubrí un premio a unos determinados valores, que como él mismo dice, se le presuponen a todo ser humano. Pero le acontecí mayor, y me sentí mayor de pronto yo también. Se había convertido de pronto en abuelo, un octogenario de recién 86 años cumplidos. Pocos días después cayó en mis manos una revista, en la que precisamente se recogía la mirada de una de sus nietas y me confirmó su etapa de abuelo, su abuelo, mi abuelo…

Recuerdo que fue el primer escritor al que admiré, la primera persona que trascendió más allá de las historias y los títulos de los libros que por aquel entonces reclamaba mi avidez literaria. Por primera vez un nombre, Miguel Delibes, detrás y delante de su “Príncipe Destronado”. Todo un honor interpretar al travieso e inquieto Quico en la familiar “corrala” instalada en el aula. Y ese mismo año experimenté el simulacro de homenaje en un trabajo de clase. Fue todo un desastre, demasiadas fechas y demasiados títulos para un neófito de tan sólo 12 años, abrumado por tan prolija trayectoria ya por aquel momento.

Pero como buen amante de la cinegética, ya me había cazado. Y lloré poco después en Cuatro Postes bajo la “sombra de un ciprés”. Y desde entonces una intermitente relación que nos llevó hasta hace un quinquenio al amparo cautivo de un “hereje”. Y le sentía como siempre. A veces nos empeñamos que todo siga igual y que todo el mundo mantenga el mismo rostro, los mismos rasgos, la misma voz. Tal vez así nos sintamos dueños de una misma época, acomodados donde siempre quisimos estar, en un espacio amoldado por el subconsciente. Pero, por suerte o por desgracia, el tiempo avanza y nos sorprende que el padre deambuló a abuelo, y que el hijo se consagrará padre.

Ha pasado y pasará el tiempo, pero sólo espero que aún le queden fuerzas para deleitarnos con algo nuevo. Yo por mi parte prometo seguir conociéndolo, en su ayer, su hoy y su mañana. Como leí en alguna ocasión, “La sombra de Delibes es alargada”.

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