Al otro lado del escenario
Suenan atronadores los aplausos al final de la actuación y no puedo evitar acordarme de aquellos otros, más moderados, en mi primera interpretación ante mis compañeros de clase. Andaban impacientes a principio de curso nuestras palmas de las manos, aún reminiscentes de las carantoñas de “ Doña Tecla ”, aquella estirada y pizpireta regla que manejaba con brío Don Tomás para encauzar la conducta y educación de sus alumnos de EGB. Pero por sorpresa, el director del colegio nos contó que la pintoresca pareja se había jubilado y manos, orejas e incluso traseros respiraron aliviados. A su lado, tu rostro se mostraba sonriente en espera de ser presentado. No tardaste en encandilarnos con tu gracejo y desparpajo gaditano, tan disonante del crudo clima castellano. En poco tiempo conseguiste que volara nuestra imaginación, que coronáramos cerros que se nos antojaban cimas en improvisadas excursiones en las clases de Naturaleza. O leyendo un libro de aventuras tumbados en la hierba del parque